Ese error que solo ves cuando ya está impreso

Hay errores que no se ven en pantalla.
Aparecen después, cuando la tinta ya está seca y las cajas llegaron a la oficina.
Un número mal alineado, una coma que falta, un color que perdió cuerpo.
Es el clásico golpe invisible del oficio: lo que no viste en semanas de revisión aparece apenas abrís el primer pliego. Y entonces ya es tarde.
Los diseñadores y los impresores lo sabemos.
Podés revisar cien veces, cambiar de monitor, imprimir pruebas, poner tres pares de ojos encima… da igual. Siempre hay algo que se escapa.
En imprenta se lo suele llamar el ojo del impresor: ese fenómeno misterioso por el cual el error solo se revela cuando el trabajo ya está hecho.
La ciencia tiene una explicación más precisa: lo llaman ceguera al cambio (change blindness).
Ocurre cuando el cerebro deja de ver lo que realmente hay delante y empieza a ver lo que cree recordar.
El ojo se acostumbra, rellena, anticipa. Y cuanto más mirás, menos ves.
A eso se suma la llamada ilusión del corrector (proofreader’s illusion): cuando revisás algo tantas veces que tu mente corrige automáticamente lo que está mal.
No es falta de atención, es exceso de familiaridad.
La mirada pierde objetividad, y el error se vuelve invisible… hasta que se convierte en un pliego de papel perfectamente encuadernado.
Con los años uno aprende a convivir con ese margen de imperfección.
A entender que el diseño, como la vida, tiene su punto ciego.
Y que quizás lo importante no es evitar todos los errores, sino reconocerlos con una sonrisa cuando aparecen.
Porque detrás de cada impresión hay también una historia de aprendizaje, un poco de ironía y mucho oficio.
Al fin y al cabo, si no te pasó nunca, es que todavía no imprimiste lo suficiente.