Semiótica y Semiología. El origen del signo

Antes de que el diseño fuera un oficio estructurado, existía la necesidad de dar forma a las ideas. Dibujar, escribir, ordenar… eran intentos de representar el mundo. Pero el diseño gráfico moderno no nació realmente hasta que empezó a pensar en el sentido de esas formas: qué comunican, cómo se interpretan, por qué generan un efecto y no otro.
Ahí es donde entran la semiótica y la semiología, dos corrientes que dieron al diseño una base teórica, lo ayudaron a dejar de ser solo ejecución para convertirse en lenguaje.
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El diseño que empezó a pensar
Durante gran parte del siglo XX, el diseño era visto como una práctica funcional o decorativa. Sin embargo, con la llegada de la semiótica y la semiología, el diseñador comenzó a ocupar un nuevo lugar: el de intérprete del mensaje.
El diseño dejó de ser únicamente una cuestión de estética o técnica para convertirse en una forma de pensamiento visual, donde cada decisión tiene un significado y cada signo, una lectura posible.
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Dos caminos para entender los signos
Ferdinand de Saussure, lingüista suizo, propuso la semiología, la ciencia que estudia los signos dentro de la vida social. Para él, todo signo se compone de dos partes:
•El significante: la forma, lo visible, lo que percibimos.
•El significado: la idea o concepto que esa forma evoca.
Desde esta mirada, el diseño gráfico no solo produce imágenes, sino estructuras de comunicación: sistemas de signos que el público interpreta como mensajes.
Por otro lado, Charles Sanders Peirce, filósofo norteamericano, desarrolló la semiótica, que amplía el campo de los signos más allá del lenguaje humano. Para Peirce, cada signo se compone de objeto, representamen (la forma del signo) e interpretante (la idea que produce en quien lo percibe).
Su enfoque es más dinámico: los signos no tienen un único significado, sino que se interpretan de manera constante según el contexto.
Ambas corrientes —una desde la lingüística y otra desde la filosofía— coincidieron en algo esencial: todo diseño es una construcción de sentido.
El diseñador, consciente o no, trabaja con sistemas de signos que moldean la percepción.
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El impacto en el diseño moderno
Con la llegada de este pensamiento, el diseño empezó a entenderse como una disciplina con base teórica.
La Bauhaus ya había intuído esta necesidad al unir arte, técnica y función, pero fueron pensadores como Umberto Eco, Roland Barthes o Bruno Munari quienes le dieron al diseño un marco intelectual: un lenguaje de significados, códigos y símbolos.
Desde entonces, el trabajo del diseñador dejó de ser solo “hacer que algo se vea bien”.
Pasó a ser decidir qué significa lo que se ve.
La elección de una tipografía, el uso de un color o la disposición de un espacio ya no eran actos estéticos: eran decisiones de sentido que definían la interpretación del mensaje.
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Del signo al sistema
Hoy, cuando hablamos de identidad o de marca, seguimos aplicando esos principios.
Cada logotipo, icono o tipografía forma parte de un sistema de signos que construye una narrativa visual.
Una marca no es un símbolo aislado: es un lenguaje coherente, una constelación de signos que deben relacionarse entre sí y con su público.
Comprender la semiótica y la semiología ayuda a diseñar con conciencia: a prever cómo se interpretará cada elemento y cómo ese conjunto de signos construirá una experiencia común.
En definitiva, a diseñar no solo para ser vistos, sino para ser comprendidos.
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Cierre — Diseñar es crear significado
El diseño moderno nació el día en que empezamos a mirar más allá de la forma y a preguntarnos por el sentido.
Cada trazo, cada color, cada silencio visual comunica algo, aunque no lo digamos explícitamente.
La semiótica y la semiología nos recordaron que todo comunica: lo que mostramos y lo que decidimos callar.
Diseñar, al final, es construir significado: hacer visible una idea y darle un lenguaje que otros puedan entender.